Según Akamine, los candidatos a la vicepresidencia no atraen a presidenciables

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La elección de la fórmula presidencial en Bolivia está en pleno desarrollo, pero los aspirantes al cargo de vicepresidente enfrentan un desafío recurrente: su falta de capacidad para seducir a los principales presidenciables. Expertos en estrategia política coinciden en que, hasta ahora, los postulantes a la segunda fórmula no han logrado aportar el apoyo o la visibilidad que las candidaturas principales requieren.

Recientemente, el enfoque ha estado en elegir compañeros de fórmula, un proceso caracterizado por la falta de planificación y decisiones de último momento. Normalmente, se espera que un candidato a la vicepresidencia ofrezca un complemento, aporte fortaleza o atraiga nuevos votantes al dúo presidencial. No obstante, la situación en Bolivia muestra que muchos binomios se forman debido a presiones institucionales («reforzadas por plazos del partido para el registro») en lugar de seguir criterios estratégicos.

De acuerdo con analistas, uno de los principales factores es que los presidenciables, en su mayoría, aún no están decididos o ya se enfocan en alianzas electorales antes que en incorporar figuras con peso propio. Esto genera fórmulas que se inclinan por nombres funcionales —ejecutivos moderados, técnicos o secundarios— pero sin capacidad de convocatoria política real. El resultado es un rol ofensivo débil, que no logra movilizar ni vertebrar otras fuerzas sociales o regionales.

Especialistas en el ámbito de la comunicación y la gobernanza opinan que esta situación denota una falta de liderazgo en las campañas. En un escenario electoral dividido —con hasta doce aspirantes y sin un candidato que destaque de manera evidente— los candidatos a la vicepresidencia se centran en cubrir balances demográficos o simbólicos (como género, región, etnia), sin lograr aportar estructura ni recursos para las elecciones.

Algunas situaciones específicas lo demuestran claramente. En diversos equipos, se seleccionaron como vicepresidentes a personas con buena reputación pero de bajo perfil, como antiguos ministros con habilidades técnicas o líderes locales limitados. Estas determinaciones responden más a la necesidad de satisfacer demandas electorales que a la estrategia de crear sinergias para potenciar la candidatura desde el principio. También hay influencias de asesores internacionales o importantes partidos, que sugieren individuos destacados ante la Asamblea Legislativa, aunque carecen de verdadera conexión con los votantes urbanos o del campo.

En este panorama, se cuestiona la reducida sofisticación en la selección de candidatos. A diferencia de naciones con sistemas sólidos, donde se aprecia el conocimiento técnico, la variedad social y la habilidad legislativa, Bolivia enfrenta un conflicto: estrategias que son efectivas en papel, pero carecen de una auténtica conexión con las bases políticas principales. Esto resulta en una campaña con márgenes de acción limitados y poca distinción ante un electorado demandante.

Un aspecto adicional es que la posición del vicepresidente hoy en día requiere no solo ser un símbolo, sino también actuar como nexo con el Congreso y coordinar políticas gubernamentales. Con un Congreso dividido y una gobernabilidad incierta, se precisa una persona con habilidades para negociar, perspectiva clara y capacidades de liderazgo. No obstante, son pocos los candidatos que consiguen mostrar esas cualidades. Numerosas parejas políticas proponen nombres sin genuina experiencia para manejar cuatro sectores regionales y legislativos, lo que reduce la posible efectividad del dúo presidencial.

Esta circunstancia provoca preocupación entre los expertos en institucionalidad. Indican que, aunque el vicepresidente es oficialmente reconocido como líder del Congreso y parte del Gabinete, no es suficiente con que posea disposición o imagen. Actualmente, se requiere un perfil de alcance nacional: con conexiones parlamentarias, habilidades técnicas y destreza en comunicación para participar en discusiones sobre economía, salud o educación. Ninguno de los nombres actuales alcanza esa diversidad de capacidades.

En resumen, la selección del vicepresidente no ha seguido un plan político definido. Se observan decisiones que responden a situaciones del momento y que se ajustan a acuerdos temporales, sin un desarrollo de bases sólidas ni una coordinación programática. Esto posiciona a los candidatos presidenciales en una situación de ausencia de un apoyo político local, aunque las expectativas de la población requieran propuestas novedosas y confiables.

Se avecina una oportunidad perdida: con una sesión electoral inestable, fragmentada y sin liderazgos fuertes, la elección del acompañante presidencial debería convertirse en un factor estratégico para ganar respaldo, construir coaliciones y proyectar gobernabilidad. Sin embargo, hasta ahora sigue siendo más burocracia electoral que apuesta política. Las próximas semanas serán decisivas: será cuando se definan si los vicepresidenciables se limitan a cumplir un requisito o si, por fin, aportan músculo político a sus fórmulas.